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Mostrando entradas de junio, 2016

Cuarteta

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Jorge Luis Borges, "Museo", El hacedor (1960) Murieron otros, pero ello aconteció en el pasado, que es la estación (nadie lo ignora) más propicia a la muerte. ¿Es posible que yo, súbdito de Yaqub Almansur, muera como tuvieron que morir las rosas y Aristóteles? Del Diván de Almotásim el Magrebí (siglo XII) Imagen desconocida. En algunas páginas web, la asocian al teólogo sufí del siglo XIV Ibn Abbad al-Rundi y, en otras, al rey poeta de Sevilla Muhammad ibn Abbad al Mu'tamid, quien vivió en el siglo XI. Parece una miniatura persa. 

A petición del patriarca, por cortesía, recibe las sagradas especies, días antes de morir, el poeta alejandrino Constantino Cavafis

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Rafael Pérez Estrada en Caballo griego para la poesía III (1997). Elegidos cursores traen, insistentes, confortantes palabras o amenazantes gestos, Tratan en un lenguaje (que ajeno os es mucho) de cuantas satisfacciones debéis en favor de vuestro propio nombre. Dicen que obligado estáis por bien de la conciliación a suplicar (y nada habéis pedido) Gracias Sacramentales. Esto: el perdón que se os da renuncia es a la dicha que la memoria alcanza, rescatando hallazgos que fueran en tardes por tabernas, iniciales mañanas y adolescentes lechos. Sus discursos distraen la luz de vuestra propia obra: poemas terrenales donde habita el memorial vivido. Acuciantes en su osadía por patriarcales sellos, se os ordena distinguir las virtudes, la norma, la moral y negar lo perverso. No es difícil aceptar, sólo por cortesía, a quienes os asedian. Y cuando se comprende la razón: rechazo de vuestro haber vital, con un gesto elegante o la frase elocuente (como Forster así lo describiera),...

El Altísimo Juan Sforza compone unos loores a su dama mientras César Borgia marcha sobre Pésaro

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Guillermo Carnero, Dibujo de la muerte (1967) La gama de los grises y de los rosas pálidos sosiega en la penumbra nuestro ojos, que han visto tanta muerte. Culebrinas, arietes, pavos reales, fuegos de artificio acarician los muros. Entre las arpas gira un contenido vendaval de amor. Eternamente jóvenes, esos cuerpos de niños o de diosas no en el jardín, no expuestos al fuego y a la nieve y al hierro de la lanza, sino cálidamente abrigados aquí, en el delgado aroma del marfil, no devueltos al ciclo, a la vorágine de lo que vive y muere. No en el aire que sacude la pólvora sino en esta penumbra, entre un rescoldo helado de rubíes. Máscaras no corrompen el finísimo brillo de las carnes de mármol. Eternamente       jóvenes, eternamente vivos, eternamente vivos como en el primer día      debajo de la máscara, y ni fuego ni muerte ni curso de las horas habitarán jamás este salón. Sandro Botticelli, La calunnia (1494)

[Antonio y Cleopatra]

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Juan Luis Panero, Antes que llegue la noche (1985) Mensaje de Antonio a Cleopatra I Alaben otros tu dormida belleza, la suavidad de tu piel en reposo, la medida perfección de tus miembros. Yo no he venido a eso, he venido tan solo a penetrarte por el pecho y por la espalda, como un puñal atraviesa el agua transparente y se hunde y se pierde en el pozo sombrío Mensaje de Cleopatra a Antonio II No alabes mi belleza, otros ya lo han hecho. Penétrame por el pecho y por la espalda, hazme sentir la vida en la cintura  y que, enlazados, tu cuerpo y el mío puedan detener la furia atroz del tiempo. Pero, si llega un día en el que el tiempo nos alcance, no te lamentes, estúpido borracho, y cae con valor -Cavafis ya lo ha escrito- a ese pozo sombrío. Sir John William Waterhouse, Cleopatra (1888)

Digamos que Ámsterdam, 1943

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José Emilio Pacheco, No me preguntes cómo pasa el tiempo (1969) El agua vuelve al agua. Qué inclemente caer de lluvia sobre los canales en la mañana inerme. Y a lo lejos un silbato de fábrica. Entre sábanas, roto, envejeciendo está el periódico; la guerra continúa, la violencia incendia nuestros años. Bajo tu cuerpo y en tu sueño duermes. ¿Qué será de nosotros? ¿Cuándo y dónde segará nuestro amor el tajo, el fuego? Se escucha la respuesta: están subiendo. Me voy, no te despiertes: los verdugos han tocado a la puerta. Tavik Frantisek Simon, Viejas casas, Ámsterdam (1909)

El dios abandona a Antonio

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José María Álvarez, Museo de cera (1975) " Que ningún otro entusiasmo sino por la virtud y el arte  brille en mis ojos, y que dueño de él yo me regocije  con lira, baile y canto, y goce un corazón honrado en compañía de los hombres de bien ." Teognis Cuando de pronto a media noche oigas esa música que entierra tu fortuna,                                               y más allá de las murallas, las enseñas de Octavio, el acre olor de los conquistadores                                         -Pide a tu esclava más vino. Mira esa copa donde mañana él beberá, la ciudad que ha de glorificar su paso como antes el tuyo,                               ...

Nocturno en Al-Mansurâh

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Álvaro Mutis, Un homenaje y siete nocturnos (1987) Beau Sire Dieu, gardez moi ma gent . San Luis Rey en Bar-al-Seghir Tendido en un jergón de la humilde morada del escriba Fakhr-el-Din, Luis de Francia, noveno de su nombre, ausculta la noche del delta. Los pies descalzos de los centinelas pisan el polvo del desierto que llega con el viento. Insomne, el prisionero ha vigilado paso a paso la invasión de las sombras. Los más leves susurros se han ido apagando hasta dejarlo inmerso en el ámbito de tinieblas que palpitan en un aleteo de lienzos sin límites. Reza el Rey y pide a Dios que tenga clemencia de su gente ahora que todo ha terminado. Un sordo dolor corroe su vigilia. Por virtud de la encendida palabra del Rey Santo, caballeros y siervos burgueses y campesinos, gentes de a pie y de a caballo, acudieron de todos los rincones de Francia. Ahora quedan en el campo, ración para los buitres, o gimen en las galeras del infiel. Sólo algunos grupos en derrota consigu...

El enemigo generoso

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Jorge Luis Borges, "Museo",  El hacedor  (1960) Magnus Barford, en el año 1102, emprendió la conquista general de los reinos de Irlanda; se dice que en la víspera de su muerte recibió este saludo de Muirchertach, rey de Dublín. Que en tus ejércitos militen el oro y la tempestad, Magnus Barford. Que mañana, en los campos de mi reino, sea feliz tu batalla. Que tus manos de rey tejan terribles la tela de la espada. Que sean alimento del cisne rojo los que se oponen a tu espada. Que te sacien de gloria tus muchos dioses, que te sacien de sangre. Que seas victorioso en la aurora rey que pisas a Irlanda. Que de tus muchos días ninguno brille como el día de mañana. Porque ese día será el último. Te lo juro, rey Magnus. Porque antes que se borre su luz, te venceré, te borraré Magnus Barford. De Anhang zur Heimskringla   de H. Gering, 1893 Morris Meredith Williams, King Magnus in the March at Downpatrick ...

Fausto, gladiador*

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Fernando Quiñones, Las crónicas de Hispania (1985) Supo calarme el hierro. Sin hablar, tal vez compasivos, junto a jergón donde yazgo hombres callados -¿quiénes?- me contemplan y, aunque enrojezca al muro el poniente de Córdoba me encuentro en mis mañanas de Alejandría, calles y arenas de la juventud, columnas en hilera bajo el mar soleado, seco salor caliente de las barcas. Todo el tiempo es un día , y de los breves. A treinticinco años llegué; duchos para el oficio de divertir matando, muriendo. Apenas veo ahora, crece el fuego de mi costado y se me aleja deprisa el mundo: agradezco estos dones; aquel Cerintho agonizó hasta el alba, no le acerté de lleno. Yo estoy corriendo más ligera suerte. *Córdoba ha dado numerosas inscripciones dedicadas a gladiadores. En el siglo I, el llamado Fausto fue gladiador murmillo, de los que combatían con casco adornado por un pez, y con espada, escudo y defensas en las piernas. Natural de Alejandría, peleó en las arenas do...

El invierno de la Edad Media

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Luis Antonio de Villena, Asuntos de delirio (1996) Desaté tus sandalías y te besé los pies. Fríos, estaban fríos y hermosamente rojos de la nieve. Tumbados junto a un fuego de encina, entre el olor vegetal y cálido del mundo, oíamos a los monjes cantar salmos, muy oscuramente... ¡Tu cuerpo hermoso! ¡Cómo besé tu cuerpo, tan blanco, dulce y fuerte, mientras te entredormías! Tragué tu sexo entero. No podía olvidar que caminábamos juntos, flagelantes, hacia el perdón y hacia la penitencia... El silencio parecía un gigante y el rezo de los monjes el retumbe de un barco en la galerna No sé si me decías: ¿Estamos ya cerca del final de los tiempos? Tu dulce cuerpo tan recio me parecía dulce. Dulces frío tus pies. Dulce tu axila. Tu cuerpo erecto allí. No sé adónde íbamos. Era el más duro invierno. La nieve más profunda. Y la voz de los monjes retumbaba en la piedra. La música- dijiste- la música... Tus labios eran rosas, suavemente rojos como tu dulce cuerpo... Her...

Casa de un comerciante en Ultraiectum, siglo VII dC

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Guillermo Carnero, Poemas arqueológicos (2003) Vivo en un lodazal donde gruñen los cerdos y el humo ofende la quietud del aire. Fui una vez a Tréveris, y donde se cargaban las carretas camino de los hornos de cal recogí el torso alado de un dios ciego. Me ayuda a despreciar a esta mugrienta tribu de pastores: sueño que llegué al Sur y estuve en Roma. Sir Lawrence Alma-Tadema, Among the Ruins (1902-1904)

Amor en Agrigento

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Francisco Brines, Palabras a la oscuridad (1966) (Empédocles en Akragas) Es la hora del regreso de las cosas, cuando el campo y el mar se cubren de una sombra lenta y los templos se desvanecen, foscos, en el espacio; tiemblan mis pasos en esta isla misteriosa. Yo te recuerdo, con más hermosura tú que las divinidades que aquí fueron adoradas; con más espíritu tú, pues que vives. Hay una angustia en el corazón porque te ama, y estas viejas columnas nada explican: Unos ardientes ojos, cierta vez, miraron esta tierra y descubrieron orígenes diversos en las cosas, y advirtieron que espíritus opuestos los enlazaban para que hubiese cambio, y así explicar la vida. Esta tarde, con los ojos profundos, he descubierto la intimidad del mundo: Con sólo aquel principio, el que albergaba el pecho, extendí la mirada sobre el valle; mas pide el universo para existir el odio y el dolor, pues al mirar el movimiento creado de las cosas las vi que, en un momento, se extinguían, y...

Fray Antonio de Guevara reflexiona mientras espera a Carlos V

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José Emilio Pacheco, Irás y no volverás (1973) (Fray Antonio de Guevara [1480-1545], el autor de Menosprecio de corte y alabanza de aldea , fue secretario del emperador Carlos V. En Relox de príncipes Guevara intercaló una narración, "El villano del Danubio" en que veladamente impugna la conquista, "la codicia de tomar bienes ajenos y la soberbia de mandar en tierras extrañas" y "la tiranía del que tiene mucho sobre el que tiene poco".) Para quien busca la serenidad y ve a todos los seres como iguales malos tiempos son estos mal lugar es la corte Vamos de guerra en guerra Todo el oro de Indias se consume en hacer daño La espada incendia el Nuevo Mundo La cruz sólo es pretexto para la codicia La fe un torpe ardid para sembrar la infamia Europa entera tiembla ante nuestro rey Yo mismo tiemblo aunque sé que es un hombre sin más mérito que haber nacido en un palacio real como pudo nacer en una choza de la Temistitán  ciudad arrasada...

Constantino Cavafis

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Ramón Irigoyen, Cielos e inviernos (1979) Alejandría es un bazar alegre de lujuria pero también Cavafis tiene que trabajar veis la desgana con que marcha al Ministerio pero ya ha terminado la jornada reparad ahora en sus andares al volver del trabajo casi trota y una sonrisa se insinúa en su rostro el aire es un alivio de jazmines los muchachos huelen a sol como la tarde sabe a frutas y el Poeta se acuerda de unos ojos (μή μοῡ φιλᾶς τ ἁ  μ ἀ τια, ποῡ εἶναι χωρισμός) de unos ojos amigos de la noche más azules que el lago Mareotis ojos maravillosos de muchacho amado en las arenas de un  verano lejano y al recordarlos siente sed y entra en el café de al lado y al sentarse en la mesa de todos los días oye los ruiseñores inmortales de Heráclito y Calímaco le invita a un zumo de naranja y el Poeta le habla de los amores grasientos de los burdeles y ahora hasta el zumbido de las moscas es música y el Poeta baila borracho hasta la madrugada porque m...

Invasión de los bárbaros

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José María Álvarez, La Edad de Oro (1983)  Pasaron los reinos que fundaron hombres que venían del mar. Y los templos son polvo. Reyes y sacerdotes, vencedores y esclavos, y sus Dioses, se confunden con el polvo. Pasaron los grandes emperadores  que tuvieron en su mano el mundo. Pompeyo y César, Augusto, y Tiberio y Nerón, y el magnífico Trajano y Marco Aurelio. Pasaron sus triunfos y derrotas y su gloria. Como el viento sobre las aguas. Y la ciudad olvidó. Así pasarán éstos que ahora asolan sus piedras, y pasarán sus hijos y nosotros que contra ellos nos levantamos. Los mismos pájaros roerán los huesos. Y la ciudad olvidará. Pero yo no quiero ver otro mundo. Mi alma pertenece al legado de Roma. Le Sac de Rome par les barbares en 410 (1890), Joseph-Noël Sylvestre.