El Altísimo Juan Sforza compone unos loores a su dama mientras César Borgia marcha sobre Pésaro
Guillermo Carnero, Dibujo de la muerte (1967)
La gama de los grises y de los rosas pálidos
sosiega en la penumbra nuestro ojos,
que han visto tanta muerte. Culebrinas, arietes,
pavos reales, fuegos de artificio
acarician los muros. Entre las arpas gira
un contenido vendaval de amor.
Eternamente jóvenes, esos cuerpos de niños o de diosas
no en el jardín, no expuestos
al fuego y a la nieve y al hierro de la lanza, sino cálidamente
abrigados aquí, en el delgado aroma del marfil, no devueltos
al ciclo, a la vorágine de lo que vive y muere. No en el aire
que sacude la pólvora sino en esta penumbra,
entre un rescoldo helado de rubíes. Máscaras no corrompen
el finísimo brillo de las carnes de mármol. Eternamente
jóvenes,
eternamente vivos, eternamente vivos como en el primer día
debajo de la máscara,
y ni fuego ni muerte ni curso de las horas
habitarán jamás este salón.

Sandro Botticelli, La calunnia (1494)
La gama de los grises y de los rosas pálidos
sosiega en la penumbra nuestro ojos,
que han visto tanta muerte. Culebrinas, arietes,
pavos reales, fuegos de artificio
acarician los muros. Entre las arpas gira
un contenido vendaval de amor.
Eternamente jóvenes, esos cuerpos de niños o de diosas
no en el jardín, no expuestos
al fuego y a la nieve y al hierro de la lanza, sino cálidamente
abrigados aquí, en el delgado aroma del marfil, no devueltos
al ciclo, a la vorágine de lo que vive y muere. No en el aire
que sacude la pólvora sino en esta penumbra,
entre un rescoldo helado de rubíes. Máscaras no corrompen
el finísimo brillo de las carnes de mármol. Eternamente
jóvenes,
eternamente vivos, eternamente vivos como en el primer día
debajo de la máscara,
y ni fuego ni muerte ni curso de las horas
habitarán jamás este salón.

Sandro Botticelli, La calunnia (1494)
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