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Hung Huang, el victorioso

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Carlos Montemayor,  Los poemas de Tsin Pau  (2007) Hung Huan estuvo en la guerra. El general lo colmó de honores. Ha limpiado ya en la dura hoja de su espada la sangre de numerosos combatientes. Los enemigos eran feroces y perversos. Defendían sus casas, sus hijos, sus mujeres, sus aldeas. ¿Para qué ensañarse? Pero bajo su espada cayeron muchos que aún agonizantes lo maldecían. Ya es vencedor. El fuego lo ha tocado y es héroe. Hung Huan regresa de la guerra, sí, con otro caballo brioso y joven. Hoy tiene más hombres bajo su mando. Aunque el fuego lo hirió, algo no entiende. Quizás la mirada de aquel niño abrazando el cadáver del padre ya mutilado. "La guerra ha acabado", se dice. Pero en su corazón, como la hierba seca en la tierra, crece otro silencio. Han Gan 韓幹, Pastoreo de caballos (Mù mǎ tú 牧馬圖) (siglo VIII)

Doña Marina

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José Emilio Pacheco, Islas a la deriva (1975) Jerónimo de Aguilar y Gonzalo Guerrero, los náufragos hicieron vida con la tribu, aprendieron la lengua maya. Gonzalo tuvo mujer, engendró hijos. Aguilar exorcizó todo contacto, rezo el rosario para ahuyentar las tentaciones. Llegó Cortés y supo de los náufragos. Gonzalo renunció a España y peleó como maya entre los mayas. Jerónimo se incorporó a los invasores. Sabía la lengua, pudo entenderse con Malinche, que hablaba maya también y mexicano. A estos traductores debemos en gran parte la conquista y colonia, el mestizaje, el enredo llamado México, la pugna de indigenismo e hispanismo. José Clemente Orozco, Cortés y La Malinche (1926)

Una ética del renunciamiento

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Luis Antonio de Villena, Hymnica (1979) Quedan atrás los incendios y el desorden del saqueo, la plata por las calles, los cuadros destrozados, las muertes inútiles y cruentas, como siempre. La festiva Roma que ahora (y por largo tiempo) será una ciudad severa, inquisitorial, bajo la norma de una fe española. Delante estarán, quizá, los brazos bien dispuestos de Venecia. El clérigo español que se divertía por las calles alegres de Roma, que se sintió vivir en brazos de mujeres mercenarias, que escogió los vinos de sus cenas, dilapidó fortuna entre libros, doncellas ‒cosidas‒ y amancebados garzones, el que padeció sífilis y amor, y leyó el viejo latín y los latines nuevos, el autor de La Lozana Andaluza , obra del triunfo de la vida (que para publicarse ahora necesitaría un epílogo moral, lleno de cruces y detracciones), camino de la República de Venecia, piensa en sus compatriotas. A él poco se le ha perdido con esa gente, que cree en reglas de monasterio, desama lo h...

En la montaña

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Carlos Montemayor, Los poemas de Tsin Pau (2007) El invierno quiere volver, lo siento aproximarse. Antes de que la nieve cubra la montaña decido visitar a mi amigo Lan Yu. La neblina surge desde el río. Llego al primer poblado poco después del amanecer. Una ligera llovizna se inclina sobre las chozas y el camino. Varios campesinos brotan y se esfuman en la densa niebla. Un soldado quiere saber a dónde me dirijo "A la aldea Kal-Tsu", le contesto. "Mi padre nació en esa comarca —confiesa—, está lejos. ¿Tienes urgencia de ir o estás loco?" "Estoy loco y quiero visitar a mi amigo. Por combatir en varias guerras contraje ambas cosas". El soldado se esfuma en el camino. Al cabo de varias horas decido detenerme a comer un poco. La niebla queda abajo, en el valle, ocultando el lejano río, los bosques: a la distancia, quieta a mis pies, semeja un inmenso lago de aguas blancas y poderosas. Un halcón atraviesa el cielo sin agitar las alas, co...

Brummel

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Guillermo Carnero, Dibujo de la muerte (1967) Miraba pasar bajo su ventana los landós  [1] amarillos, las muchachas de grandes ojos azules y rizadas pestañas, oculta la carita de almendra tras las reidoras guirnaldas de la sombrilla. Hasta se dice que de vez en cuando se ponía la vieja redingote bleue  [ 2] y dejaba caer una nubecilla de esencia en la marchita flor de la solapa. No, hubiera sido conceder demasiado a aquellos necios usureros y sátrapas [3] el presentarse sin el crisantemo a las soirées íntimas, explicar la "manía italiana" de Stendhal [4] al apolillado corsé de la duquesa, à cette sale rosse de bourgeois [ 5].                                                      Y sin embargo, qué poca cosa necesitó para morir, algunas carretadas de agavanzos [6] y rosas, un amplísimo diván de pluma, recubierta de terciopelo ve...

Muerte de Ziryab*

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Fernando Quiñones, Ben Jaqan (1973) Ahora blanqueará este Pájaro Negro que os trajo la nueva vieja música, las artes de la ropa, la mesa, amables pautas en la insensible lepra de los días. Adiós. Nadie ha de lamentarlo: dos mil años, no ya sesenta y ocho, también me hubieran sido breves entre vosotros y me voy sin llegar a medir ni agradecer cuanto aquí se me deparara, el exaltado o apacible rielar de horas más vivas que el turquí junto al blanco del pichón o que el ciego, vedado beso que enajena y consume la piel donde se ahínca. Hay algo, sin embargo que, sobre la justicia de que no llegue a ver el día de mañana, grita, se desespera y pugna por borraros y por borrar cuanto me disteis y os di, y mirarme otra vez huyendo de Bagdad sin saber para dónde, o incluso antes, en la hambrienta niñez y las arenas gastadas de mi pueblo. Tal, el desatinado, el descortés, risible anhelo de seguir que me posee. Perdón en fin por tan llorosa, más bien tosca despedida del...

Manuscrito de Tlatelolco: I Lectura de los "Cantares mexicanos"

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José Emilio Pacheco, No me preguntes cómo pasa el tiempo (1969) (Con los textos traducidos del náhuatl por Ángel María Garibay y Miguel León Portilla) Cuando todos se hallaban reunidos, los hombres en armas de guerra cerraron salidas, entradas y pasos. Entonces se oyó el estruendo, entonces se alzaron los gritos. Los maridos buscaban a sus mujeres. Llevaban en brazos a sus hijos pequeños. Con perfidia fueron muertos. Sin saberlo murieron. Y el olor de la sangre manchaba el aire. Y los padres y madres alzaban el llanto. Fueron llorados. Se lloró por los muertos. Los mexicanos estaban muy temerosos. Miedo y vergüenza los dominaban. Y todo esto pasó con nosotros. Con esta lamentable y triste suerte nos vimos angustiados. En los caminos yacen dardos rotos. Las casas están destechadas. Enrojecidos tienen sus muros. Gusanos pululan por las calles y plazas. Golpeamos los muros de adobe y es nuestra herencia una red de agujeros...