Una ética del renunciamiento
Luis Antonio de Villena, Hymnica (1979)
Quedan atrás los incendios y el desorden del saqueo,
la plata por las calles, los cuadros destrozados, las muertes
inútiles y cruentas, como siempre. La festiva Roma que
ahora (y por largo tiempo) será una ciudad severa,
inquisitorial, bajo la norma de una fe española.
Delante estarán, quizá, los brazos bien dispuestos de Venecia.
El clérigo español que se divertía por las calles alegres
de Roma, que se sintió vivir en brazos de mujeres mercenarias,
que escogió los vinos de sus cenas, dilapidó fortuna entre
libros, doncellas ‒cosidas‒ y amancebados garzones,
el que padeció sífilis y amor, y leyó el viejo latín
y los latines nuevos, el autor de La Lozana Andaluza,
obra del triunfo de la vida (que para publicarse ahora
necesitaría un epílogo moral, lleno de cruces y detracciones),
camino de la República de Venecia, piensa en sus compatriotas.
A él poco se le ha perdido con esa gente, que cree
en reglas de monasterio, desama lo humano y gusta la violencia.
Sólo algunos libros y algún lienzo de ese mundo le pertenecen.
Algún buen caballero, o alguna dama amiga de las cosas bellas.
¿Lo demás? Una tradición oscura y guerrera que detesta.
Y por eso huye ahora de Roma, que fue oro de cuerpos,
vasos y cabellos. Y sin apenas mochila va a Venecia.
Y así será siempre, lo sabe ya. Inestable, desasido, buscando
de aquí a allá los palacios de los libres (e inseguros)
mecenas. Así toda la vida ‒medita el buen clérigo‒
hasta una muerte pobre en algún rincón, solo (bien triste,
claro) o entre risas de gente sin gusto, ni piedad, ni inteligencia.

Miniatura del folio 3v de Breve trattato delle aflittioni d'Italia et del conflitto di Roma con pronosticatione (1525-1550), ms. 081 de la colección Spencer, en la que se muestra la ciudad de Roma saqueada como un castigo divino.
Quedan atrás los incendios y el desorden del saqueo,
la plata por las calles, los cuadros destrozados, las muertes
inútiles y cruentas, como siempre. La festiva Roma que
ahora (y por largo tiempo) será una ciudad severa,
inquisitorial, bajo la norma de una fe española.
Delante estarán, quizá, los brazos bien dispuestos de Venecia.
El clérigo español que se divertía por las calles alegres
de Roma, que se sintió vivir en brazos de mujeres mercenarias,
que escogió los vinos de sus cenas, dilapidó fortuna entre
libros, doncellas ‒cosidas‒ y amancebados garzones,
el que padeció sífilis y amor, y leyó el viejo latín
y los latines nuevos, el autor de La Lozana Andaluza,
obra del triunfo de la vida (que para publicarse ahora
necesitaría un epílogo moral, lleno de cruces y detracciones),
camino de la República de Venecia, piensa en sus compatriotas.
A él poco se le ha perdido con esa gente, que cree
en reglas de monasterio, desama lo humano y gusta la violencia.
Sólo algunos libros y algún lienzo de ese mundo le pertenecen.
Algún buen caballero, o alguna dama amiga de las cosas bellas.
¿Lo demás? Una tradición oscura y guerrera que detesta.
Y por eso huye ahora de Roma, que fue oro de cuerpos,
vasos y cabellos. Y sin apenas mochila va a Venecia.
Y así será siempre, lo sabe ya. Inestable, desasido, buscando
de aquí a allá los palacios de los libres (e inseguros)
mecenas. Así toda la vida ‒medita el buen clérigo‒
hasta una muerte pobre en algún rincón, solo (bien triste,
claro) o entre risas de gente sin gusto, ni piedad, ni inteligencia.

Miniatura del folio 3v de Breve trattato delle aflittioni d'Italia et del conflitto di Roma con pronosticatione (1525-1550), ms. 081 de la colección Spencer, en la que se muestra la ciudad de Roma saqueada como un castigo divino.
Comentarios
Publicar un comentario