Muerte de Ziryab*
Fernando Quiñones, Ben Jaqan (1973)
Ahora blanqueará este Pájaro Negro que os trajo
la nueva vieja música, las artes
de la ropa, la mesa, amables pautas
en la insensible lepra de los días.
Adiós. Nadie ha de lamentarlo:
dos mil años, no ya sesenta y ocho,
también me hubieran sido breves entre vosotros
y me voy sin llegar a medir ni agradecer
cuanto aquí se me deparara, el exaltado o apacible
rielar de horas más vivas que el turquí junto al blanco
del pichón o que el ciego, vedado beso
que enajena y consume la piel donde se ahínca.
Hay algo, sin embargo que, sobre la justicia
de que no llegue a ver el día de mañana,
grita, se desespera y pugna
por borraros y por borrar cuanto me disteis y os di,
y mirarme otra vez huyendo de Bagdad sin saber para dónde,
o incluso antes, en la hambrienta
niñez y las arenas gastadas de mi pueblo.
Tal, el desatinado, el descortés,
risible anhelo de seguir
que me posee. Perdón
en fin por tan llorosa, más bien tosca
despedida del elegante
cantor que sólo aquí pudo ser él
y ser vosotros para siempre.
Ahora blanqueará este Pájaro Negro que os trajo
la nueva vieja música, las artes
de la ropa, la mesa, amables pautas
en la insensible lepra de los días.
Adiós. Nadie ha de lamentarlo:
dos mil años, no ya sesenta y ocho,
también me hubieran sido breves entre vosotros
y me voy sin llegar a medir ni agradecer
cuanto aquí se me deparara, el exaltado o apacible
rielar de horas más vivas que el turquí junto al blanco
del pichón o que el ciego, vedado beso
que enajena y consume la piel donde se ahínca.
Hay algo, sin embargo que, sobre la justicia
de que no llegue a ver el día de mañana,
grita, se desespera y pugna
por borraros y por borrar cuanto me disteis y os di,
y mirarme otra vez huyendo de Bagdad sin saber para dónde,
o incluso antes, en la hambrienta
niñez y las arenas gastadas de mi pueblo.
Tal, el desatinado, el descortés,
risible anhelo de seguir
que me posee. Perdón
en fin por tan llorosa, más bien tosca
despedida del elegante
cantor que sólo aquí pudo ser él
y ser vosotros para siempre.
*Abu-l-Hasan Alí Ibn Nafi, "Ziryab" (es decir, "Pájaro Negro" según fue apodado, al parecer por el color singularmente oscuro de su tez), nació en Mesopotamia en el 789. Después de ser esclavo liberto y a cuenta de los celos que en su maestro de música despertara el éxito de su primer recital ante Harún-al-Rashid, escapó de Bagdad, erró diversamente y se instaló en la corte del aglabí Zydayat Allah I. El músico judío cordobés Abu-n-Nasr Mansur lo había recomendado en Córdoba a Alhakem I, quien hizo llamar a Ziryab. Éste aceptó y se puso en camino; al desembarcar en Algeciras supo de la muerte del rey cordobés y que el hijo del finado, Abderramán II se hacia cargo del compromiso de su padre y le enviaba emisarios y regalos como confirmación y salutación.
"Ziryab" llegó a Córdoba como de treinta años y se quedó allí hasta su muerte (857). Renovó y confirió originalidad a la música arábigoandaluza; inventó el laúd de cinco cuerdas y un plectro de garras de águila; refinó la cocina y el orden de las comidas, enseñando al mundo el que hoy se sigue -comenzar con sopas o caldos, seguir con pescados, aves o carnes, y terminar con postres de frutas o dulces-; influyó asimismo en la presentación de la mesa y la casa, en la moda, en la cosmética y el aspecto indumentario de ambos sexos, en el mobiliario y las fórmulas de relación. González Palencia menciona recetas bagdadíes que Ziryab importó; aparte su talento musical -cuya huella perdurar en numerosas zonas del occidente islámico-, Levi-Provençal piensa en él como en un Petronio o un Brummel de su tiempo.
Agha Mirek, Príncipe en reposo leyendo un libro (1530)
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