Ziryâb. El mágico cantor de Oriente (fragmento)
Sergio Macías Brevis, Ziryâb. El mágico cantor de Oriente (2010)
Las aguas del Tigris deslumbran de luz.
Un aroma de azahares cubre el antiguo paisaje iluminado
de mariposas que se equilibran sobre las flores.
Entre higueras y naranjos un músico tañe las cuerdas que desatan
la alegría de los pájaros sobre el alféizar del horizonte.
Los sonidos del laúd y la dulzura de su voz silencian el ritmo
de los arroyos que hacen danzar a hojas y nubes.
Se llama Abu I-Hasan el que esculpe la música en el corazón,
mientras los rayos del sol atraviesan las soledades de las uvas.
Se silencian las cigarras. Las alas de la luz disipan las sombras de la muerte.
Y las almas se embriagan con sus canciones cristalinas.
Con la llamada del muecín queda absorto en la oración.
Escucha la voz profunda de Allah: -Premio tu voz y perseverancia.
Tus melodías trascenderán y darán armonía al mundo.-
Pensó que había sido un sueño y guardó el mágico secreto en su alma,
dejando caer conmovido lágrimas que volaron hacia el infinito,
en medio de la algarabía de los pájaros del jardín.
Hasan vive conmovido bajo el fuego del cielo y de sus colores
que se derraman sobre la hermosa Bagdad.
Ella fue llamada Darus-Salam: Ciudad de la paz labrada en honor a Allah,
por los escultores de la transparencia y los artesanos de las cúpulas de oro.
El joven músico seduce a los corazones con su armonía,
que es como el ritmo de las aguas que cubre a los peces
dorados y las raíces de los palmerales de Babilonia.
Todos se dejan llevar por los tañidos que son como arrullos
de los ríos milenarios.
Resonancia de flores mecidas por el aire. Frágiles golpes
del rocío sobre la hierba.
Sus cantos conmueven como las plegarias de las alondras
hacia un cielo de esperanzas.
Como las aguas bíblicas que susurran al oído del herbaje.
En el huerto las ramas se balancean como bailarinas
entre surtidores.
Los sones del laúd hechizan a la vieja tierra bajo una lluvia de luz.
La música desata los corazones que se ahogan emocionados
al oír su lenguaje cristalino,
que es como la voz de las vertientes.
Las gentes que sólo buscan la paz para curar sus tristezas,
se abandonan a la inmortalidad que les lleva las melodías
de Abu I-Hasan
El maestro Ishaq al-Mawsilí se pasea entre los árboles. Oye
los sabios arpegios que pregona el viento.
Las nubes se desvanecen y las flores irradian juventud.
Lo que en un momento le alegra se desmorona martirizándole.
Como si la luz muriera en una habitación sombría del alma.
Rojo de ira increpa al joven compositor haciendo huir
a los súbditos del reino.
-¡Ésta es una melodía extraña! Yo no la he enseñado
¡Cómo te atreves a tocar lo que entorpece los sentidos!
Abu I-Hasan Ali ibn Nafi, a quien todos llaman Ziryâb,
responde: -Lo aprendí de la naturaleza.
Sólo con la música soy libre como el poeta con la palabra.-
El maestro insiste: -Rompes con la tradición. ¡Prohíbo tus
composiciones!-
El discípulo tímidamente replica: -Siento que mis
inspiraciones turben tu generoso corazón.
Mis dedos no se contienen, tañen con júbilo las cuerdas de mi laúd.-
-Ya llegará tu hora, Abu I-Hasan. Antes debes saber más
de ti mismo, del mundo y de sus misterios.
No te dejes llevar por la pasión. Aprende de nuestros
eruditos para que un día nos entregues tu sabiduría.
Develarás la hermosura que aparece sin esfuerzo
desde los más puros sentimientos.
Tu talento te hará llegar a lo más alto. Te elegirán como un eximio músico.
No te apures. Acumula el fuego del
conocimiento y la destreza que da la técnica.
Las estrellas te formarán a través del tiempo
para brillar en el espacio.-
Ziryâb sólo se atrevió a argumentar:
-La razón de mis composiciones está en el rumor de las hojas.
En la melodía del agua y en el viaje de las nubes.-
Se produce un silencio en el jardín donde crecen las adelfas.
Los brotes se multiplican y las libélulas hacen ondulaciones.
En medio de la hojarasca los caracoles arrastran su pereza.
-Te ofrezco mis conocimientos basados en los de nuestros
antepasados. No puedo permitir tus innovaciones.
¡La vanidad insulta a la sabiduría!
El arte se labra pulcramente con la perseverancia
del mar sobre las rocas del silencio.
Con la paciencia del aire que deja sus huellas
sobre la playa del espacio.-
El discípulo responde consternado:
-Me maravillo con la naturaleza.
Con los arroyos del rocío que desbordan las corolas.
Me gusta descubrir los misterios. El universo en cada semilla.
Acariciar las túnicas de las flores.
Aspirar los aromas de la tierra.
Ahora estoy bajo tu enseñanza que es como la puerta del
alba que me lleva hacia la claridad.-
-Tus palabras te hacen humilde.
Irás al Palacio de las Delicias.
El sublime y poderoso Califa Harún al-Rashid,
amante del arte y llamado también el justo,
oirá lo que te he enseñado.
[...]

Las aguas del Tigris deslumbran de luz.
Un aroma de azahares cubre el antiguo paisaje iluminado
de mariposas que se equilibran sobre las flores.
Entre higueras y naranjos un músico tañe las cuerdas que desatan
la alegría de los pájaros sobre el alféizar del horizonte.
Los sonidos del laúd y la dulzura de su voz silencian el ritmo
de los arroyos que hacen danzar a hojas y nubes.
Se llama Abu I-Hasan el que esculpe la música en el corazón,
mientras los rayos del sol atraviesan las soledades de las uvas.
Se silencian las cigarras. Las alas de la luz disipan las sombras de la muerte.
Y las almas se embriagan con sus canciones cristalinas.
Con la llamada del muecín queda absorto en la oración.
Escucha la voz profunda de Allah: -Premio tu voz y perseverancia.
Tus melodías trascenderán y darán armonía al mundo.-
Pensó que había sido un sueño y guardó el mágico secreto en su alma,
dejando caer conmovido lágrimas que volaron hacia el infinito,
en medio de la algarabía de los pájaros del jardín.
Hasan vive conmovido bajo el fuego del cielo y de sus colores
que se derraman sobre la hermosa Bagdad.
Ella fue llamada Darus-Salam: Ciudad de la paz labrada en honor a Allah,
por los escultores de la transparencia y los artesanos de las cúpulas de oro.
El joven músico seduce a los corazones con su armonía,
que es como el ritmo de las aguas que cubre a los peces
dorados y las raíces de los palmerales de Babilonia.
Todos se dejan llevar por los tañidos que son como arrullos
de los ríos milenarios.
Resonancia de flores mecidas por el aire. Frágiles golpes
del rocío sobre la hierba.
Sus cantos conmueven como las plegarias de las alondras
hacia un cielo de esperanzas.
Como las aguas bíblicas que susurran al oído del herbaje.
En el huerto las ramas se balancean como bailarinas
entre surtidores.
Los sones del laúd hechizan a la vieja tierra bajo una lluvia de luz.
La música desata los corazones que se ahogan emocionados
al oír su lenguaje cristalino,
que es como la voz de las vertientes.
Las gentes que sólo buscan la paz para curar sus tristezas,
se abandonan a la inmortalidad que les lleva las melodías
de Abu I-Hasan
El maestro Ishaq al-Mawsilí se pasea entre los árboles. Oye
los sabios arpegios que pregona el viento.
Las nubes se desvanecen y las flores irradian juventud.
Lo que en un momento le alegra se desmorona martirizándole.
Como si la luz muriera en una habitación sombría del alma.
Rojo de ira increpa al joven compositor haciendo huir
a los súbditos del reino.
-¡Ésta es una melodía extraña! Yo no la he enseñado
¡Cómo te atreves a tocar lo que entorpece los sentidos!
Abu I-Hasan Ali ibn Nafi, a quien todos llaman Ziryâb,
responde: -Lo aprendí de la naturaleza.
Sólo con la música soy libre como el poeta con la palabra.-
El maestro insiste: -Rompes con la tradición. ¡Prohíbo tus
composiciones!-
El discípulo tímidamente replica: -Siento que mis
inspiraciones turben tu generoso corazón.
Mis dedos no se contienen, tañen con júbilo las cuerdas de mi laúd.-
-Ya llegará tu hora, Abu I-Hasan. Antes debes saber más
de ti mismo, del mundo y de sus misterios.
No te dejes llevar por la pasión. Aprende de nuestros
eruditos para que un día nos entregues tu sabiduría.
Develarás la hermosura que aparece sin esfuerzo
desde los más puros sentimientos.
Tu talento te hará llegar a lo más alto. Te elegirán como un eximio músico.
No te apures. Acumula el fuego del
conocimiento y la destreza que da la técnica.
Las estrellas te formarán a través del tiempo
para brillar en el espacio.-
Ziryâb sólo se atrevió a argumentar:
-La razón de mis composiciones está en el rumor de las hojas.
En la melodía del agua y en el viaje de las nubes.-
Se produce un silencio en el jardín donde crecen las adelfas.
Los brotes se multiplican y las libélulas hacen ondulaciones.
En medio de la hojarasca los caracoles arrastran su pereza.
-Te ofrezco mis conocimientos basados en los de nuestros
antepasados. No puedo permitir tus innovaciones.
¡La vanidad insulta a la sabiduría!
El arte se labra pulcramente con la perseverancia
del mar sobre las rocas del silencio.
Con la paciencia del aire que deja sus huellas
sobre la playa del espacio.-
El discípulo responde consternado:
-Me maravillo con la naturaleza.
Con los arroyos del rocío que desbordan las corolas.
Me gusta descubrir los misterios. El universo en cada semilla.
Acariciar las túnicas de las flores.
Aspirar los aromas de la tierra.
Ahora estoy bajo tu enseñanza que es como la puerta del
alba que me lleva hacia la claridad.-
-Tus palabras te hacen humilde.
Irás al Palacio de las Delicias.
El sublime y poderoso Califa Harún al-Rashid,
amante del arte y llamado también el justo,
oirá lo que te he enseñado.
[...]
Miniatura de Yahya ibn Mahmûd al-Wâsitî realizada en Irak en el año 1237 para ilustrar una copia de al-Maqâmât al-Hariri, obra del autor del siglo XI Muhammad al-Qâsim al-Hariri. Representa la Sesión 24, en la que Abû Zayd llega a un jardín de al-Andalus.
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