Vida ejemplar: Meleagro

José María Álvarez, Museo de cera (1983)

Como en un espejo, en su mirada
se reflejan esos alegres cuerpos que
bailan
alrededor del fuego.

Hace ya mucho
que este hombre sabe que la vida
carece de sentido, que
más allá de cierto
respeto por sí mismo
y por algunos de los otros,
poco importa.

Algunos ratos de lectura, sí, esas narraciones
de las hazañas de los grandes; y los versos
de unos cuantos poetas verdaderos.
Algunas horas de conversación con un amigo.

Pero esos cuerpos, ah,
esos cuerpos que bailan
alrededor del fuego.
Alegres, jóvenes, excitantes.
Alguno de ellos ya se ha estremecido
entre sus brazos. Y esa
que baila y ríe, allí, sí,
esa morenita...
no debe tener más de quince años.
Qué poema no daría por gozarla
esta noche en su cama.

Llama con un gesto al copero,
y mientras disfruta con el vino generoso
contempla el esplendor del firmamento,
le sonríe a la Luna. Es imposible
saber qué expresa ahora su mirada.
Muchas veces me ha dicho:
Ella también es un absurdo,
                      y también morirá.

La edad ha ido secando
su piel, ha ido dejándolo
solo.

Pero ninguno hemos oído
de sus labios, sino
invitación a la alegría, palabras
llenas de dicha. Nunca
—como no los escuchara la desgracia
ni ha de humillar su fin—
ni un lamento.


Charles Gleyre, La danse des bacchantes (1849)

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