Peligroso

Jesús Aguado en Litoral. Revista de la Poesía y el Pensamiento no. 221-222. Cavafis (1999)

A muchos el estudio
y la contemplación les vuelve débiles
−soldados que se apoyan en sus lanzas
para andar y no piensan ya nunca en el combate−,
sin resistencia −cráteras en mil pedazos rotas
por el simple portazo de un amante furioso−,
fanáticos −se ahogan porque olvidan
que el barco tiene velas y remos y un timón,
y no sienten el viento, el oleaje,
la voz de las estrellas gritándoles el rumbo−,
monstruosos −son hidras
de múltiples cabezas peligrosas
en un cuerpo que sólo las sirve de soporte−,
inútiles −anegan
las viñas que debían regar−, injustos −son
balanzas amañadas en días de mercado−,
ciegos −si miran, sólo lo hacen con los ojos−.

A muchos el estudio y la contemplación
les hace analfabetos
y les mustia los lotos de la carne.
Pero no a mí, que sé
−y es lo primero que aprendí− los saltos
que hay que dar del placer a la sabiduría,
qué abismos los separan al principio
−más tarde uno comprende que están enamorados
y les alza una choza de adobe en algún bosque−,
y me mantengo en forma y siempre alerta.

De un exceso a otro exceso, ése es el modo
de no perder el equilibrio: como
Alejandro, emprender
campañas temerariamente hermosas
y luchar contra Poros en la lejana India
y luego repasar los textos de Aristóteles
y un instante más tarde olvidarse desnudo
en otra piel desnuda y olvidada.

A muchos el estudio y la contemplación
no les sirve de nada
−son un compás sin uno de sus brazos−,
a muchos el placer los transforma en espíritus
que arrastran sus cadenas sin asustar a nadie
en casas derruidas.
Pero no a mí, que sé 
las costumbres de todos los peligros
y cómo despistarles
cuando van de patrulla por mi vida.


Alejandro Magno explorando el fondo del mar en una miniatura del manuscrito 78 C 1, fol. 67 de Roman de Alexandre, conservado en Staatliche Museen zu Berlin y creado en torno al año 1290.

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